10 junio 2011

Improvisación: ¡literatura a la carta!

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De la nube temporal y otras adicciones...

Surgió de manera tan espontánea que aún no contamos siquiera con un espacio virtual propio para registrar el momento. Aún así, dedico unas líneas a mis amigos escritores/lectores (futuros colegas, si Dios quiere) con quienes comparto más que una visión del mundo de la literatura, una visión del mundo primero, y luego también algunas en lo que respecta a la literatura.

Como digo, surgió de manera tan espontánea que, para hacerle honor a la ocasión y al "proyecto", escribo ahora, entre Hjelmslev y Drallny, una breve reseña (a Priscila, nótese que "reseña" no se trataría de una seña doble, el caso no presenta formación de palabras//derivación) sobre lo que fue el origen y el primer encuentro de nuestros debates literarios. 

El origen
Cuando Priscila (escritora y en buena hora desertora del campo medicinal), Joan (cantautor que ansía, tautológicamente, ser escuchado) y yo (prefiero obviar las definiciones) nos encaminamos hacia el Mc Café de calle Córdoba aquel viernes 3 de junio no pensábamos que nuestra larga y ardua conversación ulterior resultaría tan fascinante y fructífera como para querer retomarla la semana próxima. Por entonces entablamos una charla—no recuerdo cómo comenzó exactamente, ni por qué, ni en cómo terminó—que acabó por despertar, según mi impresión, nuestro más grande y más profundo sentido de la literatura. Cada uno se vació frente al otro como escritor y en parte, supongo, como persona, de manera que nuestras palabras ya no hablaban simplemente de literatura (aunque la literatura, claro no está, no es cosa simple) sino que la esencia de todo aquello que emanaba de nuestras bocas ansiosas refería también a nuestras vidas, a nuestro espíritu y expectativas. ¿No es acaso a través de la literatura que damos con todos ellos, y ellos, con nosotros, y nosotros, nuevamente, con la literatura?

Otro viernes de café literario...
En fin, fue hablando y pensando en voz alta que se nos ocurrió la idea. Fue mientras nos pasábamos el cetro (un vaso de café para llevar ya vacío); fue mientras convocábamos en forma espontánea y algo alocada a  los protagonistas de la Ilíada, cual si se tratase de plena asamblea griega, que surgió la idea de enseñarnos cada uno un cuento. Priscila enviaría el suyo, y Joan el de él, y yo el mío. Y al cabo de una semana—período injustamente escaso para hacer justicia a la lectura de cualquier texto, considero yo— nos volveríamos a reunir después de la clase de Análisis del texto en aquel bar para comentar nuestras vicisitudes de buenos lectores (in)expertos y (pre)juiciosos que somos.

Y así fue, aunque hoy nuestro tercer crítico se vio obligado a ausentarse. Ella leyó mi Silvina Ocampo y yo a su Isaac Asimov, y mientras yo le comentaba mi sorpresa y decepción ante "La última pregunta" ella me contaba de su parecer respecto de "La Pluma Mágica". A mi entender, a Priscila el cuento le gustó, aunque no percibí esa loca fascinación por Ocampo que me caracteriza personalmente. De igual manera, creo que ella no sintió que su cuento me haya llegado a mí de la misma manera que, evidentemente, le ha llegado desde siempre a ella. Y aún con estas diferencias de percepción de los textos, ¡qué enriquecedora ha sido nuestra charla! Hablamos de Asimov, de los premios que recibió, de sus otros textos, de sus citas más famosas en la revista Ñ (mera mención, yo no las recordaba), de la ciencia ficción, de sus ramas trilladas sobre cómo las máquinas acabarán por dominar al hombre, sobre las plumas mágicas y su para nada dudosa existencia, sobre cómo se escriben siempre los mismos textos y nadie se da cuenta, sobre la necesidad de ser leído y, lo más interesante, sobre nuestros propios cuentos.

El debate que se hacía otra vez eterno
Primero le conté mi decepción al leer "La última pregunta" en cuanto a la sencillez del estilo, aunque concedí al autor el uso estratégico de una sintaxis simple para exponer una postura futurista tan compleja y, por qué no, distópica pero quizá realista. Mi compañera comentó otros cuentos del autor, y luego de discutir también a "La Pluma Mágica", me leyó un cuento propio. En su cuento, cuyo nombre no recuerdo hayamos mencionado y de hecho no mencionaría aquí por cuestiones de propiedad intelectual, el lector puede apreciar cómo la protagonista vive un misterioso punto de encuentro, casi de ósmosis con la naturaleza, de manera que el momento de inspiración cae sobre ella despertando todos sus sentidos; atraviesa su ser y desciende aún más cuando es plasmado por la muchacha en una narración oral para los familiares presentes.

La literatransportación
Fue entonces inevitable que el hilo de la conversación disparara en dirección a la cuestión del poder embelesador de las fragancias y aromas—la RAE dice que existe el adjetivo, así que me digno a usarlo—; de cómo ellos pueden transportarnos, como escritores o lectores, miles de millones de kilómetros más allá, ya sea que el destino en nuestra propia imaginación se halle circunscripto a los límites del cosmos o no. 

Entre discusiones, puntos de vistas y vistas de puntos no dejamos de recordar obras de toda clase. "Seis personajes en busca de un autor" y "Continuidad de los parques" de Pirandello y Cortázar respectivamente encabezaron el ranking de habladurías durante unos cuantos minutos luego de las obras pautadas.

Una revelación: Priscila ya decidió qué texto nos encomendaría para el próximo encuentro (algo de Marcelo Scalona relacionado con eso de vivir en la ficción), pero yo aún no he elegido mi texto. Dudo entre otro engendro de Silvina Ocampo o bien algo de Cortázar... En fin, tal vez no escoja a ninguno de los dos y les envíe un fragmento de alguna obra teatral. Por el momento, la iniciativa me encanta y la puesta en práctica de nuestras discusiones (in)formales posee toda la adrenalina necesaria como para reanimarnos en tiempos difíciles. 

(N.B: la última NO es una referencia al clásico de Charles Dickens).

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