01 octubre 2011

De la invisibilidad (?) de los traductores...

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[En colaboración con Boletín Hipervinculados Invierno 2011, Colegio de Traductores de la Porvincia de Santa Fe - 2ª Circ.]

¿Será que el mago más famoso nos legó su capa de invisibilidad?

Cada vez que escucho hablar de "puente entre culturas", siento que la metáfora está tan desgastada que me aburro. Así que eso somos, pienso, un puente… Acaso no cabría pensar, "¿nada más?".
En un mundo en que el mercado de la traducción se halla tan desmerecido, y en un país en el que la inflación crece a pasos agigantados, con frecuencia tenemos que luchar contra el prejuicio de que un traductor humano es fácilmente reemplazable, contra el concepto erróneo de que el traductor es un mero actor secundario, un nombre que no es necesario mencionar, un simple extra contratado a último momento y sólo en caso de fuerza mayor, es decir, cuando no hay nadie más que pueda (intentar) cumplir su función. En esta nota los y me invito a repensar en una metáfora que se ha puesto de moda hace tiempo: traductor, puente entre culturas.
Ante la pregunta de hasta qué punto un traductor puede o debe volverse invisible, Rocío Maldonado (estudiante del traductorado de inglés) sugirió que eso "depende mucho del tipo de traducción que se haga," y que "un buen traductor puede adaptarse al texto que tiene que traducir y de alguna manera acoplarse hasta el punto que la persona que lo lea no distinga realmente la intervención...". A esta consideración podría asemejarse la de Luciana Figuera (traductora profesional independiente), quien sostuvo que "la audiencia, por lo general, no sabe que estamos ahí".
No obstante, en la práctica, el traductor es auténtico protagonista: es el encargado, nada más ni nada menos, de la etapa "cero" de cualquier proceso comunicativo dado. Antes de que se produzca la comunicación entre las partes, si se contrata un traductor es porque su intervención es imprescindible para que ésta tenga lugar. En la etapa previa a la comunicación propiamente dicha, es al traductor a quien le llega el original, el material "en bruto", la "verdad" del asunto a tratar. Quiérase o no, en esta etapa el profesional cuenta con el poder de la información. En contraste con la percepción de un traductor tal vez más distraído, Luciana dice: "Yo, traductora, leyendo un texto puedo reconocer al traductor. Y acá viene el hecho de que desde adentro sabemos que la objetividad pura no existe". 
La función del traductor ya no se trataría entonces de un mero puente, una porción de piedra o asfalto por la que se deslizan las palabras hasta llegar al otro lado. El traductor no puede nunca ser un lazo neutral, presto y seguro entre dos o más partes sino que actúa aquí y desde que empieza su trabajo bajo el modus operandi de filtro. Lo que él comprenda, lo que traduzca o deje de traducir tendrá una repercusión inexorable en la versión final del texto. 
Si, por un lado, el traductor se desliga físicamente del texto—no diría que lo hace también fisiológicamente, ya sabemos que el estrés deja sus secuelas—, los efectos de su traducción en el vínculo comunicativo todavía estarán por verse. Aun en términos de traducción asistida, el traductor deja su rastro, por más ínfimo que éste sea, si bien, como sugiere Sebastián Capano (traductor profesional in-house), "mientras más técnico sea [el texto], más complicado va a resultar poder rastrear la individualidad del traductor". 
Por último, se podría concluir que, como mediador, el traductor puede volverse apenas virtualmente invisible y creer, si así lo desea, en su ficción de puente. Pero en realidad lo único que ha hecho es ceder el protagonismo a nuevos personajes, a quienes harán uso en concreto de su traducción, lo cual no le quita en absoluto su relevancia ni congela su pseudopresencia hasta el punto de volverlo invisible por completo. Claro que lo ideal es que el texto no evidencie su carácter de traducción. Pero esto no significa que la traducción que más se asemeje por su naturalidad o frescura a un original haya sido hecha por un traductor que, antes de sentarse a traducir, se haya dicho a sí mismo: "olvídate de quién eres, qué hablas y cómo lo haces. Traduce." Traducir es también proyectar quién soy, qué digo y cómo lo digo en la lengua de llegada. ¿Por qué acaso nos cuesta escoger una palabra entre un abanico de sinónimos? ¿Por qué mientras mi colega eligió "menosprecio" yo elegí "desprecio" y otro optó por "maltrato" y otro por "rechazo"? Nadie puede despojarse por completo de sus juicios de valor a la hora de sentarse a traducir un texto. Ni el escritor, ni el traductor y ni siquiera el lector pueden desligarse de sus juicios y prejuicios a la hora de abordar un texto. 
Más allá de la existencia de programas de traducción asistida y la exclusividad que pretenden algunas empresas respecto de nuestro trabajo, creo aún que el traductor, aunque de la mano de un programa, puede tener que corregir cinco de cada diez palabras que el programa ya tradujo: es allí donde la máquina se equivoca y el traductor humano ofrece una solución acertada, porque el traductor humano, a diferencia de la máquina, percibe también el contexto. Se trata de ver qué y cómo traduzco, cómo edito y reedito. 
Así que eso somos, un puente… Pero cabría pensar… ¿nada más? 
Sí, somos un intermediario. Sí, somos un puente. Pero también somos un actor capaz de meternos en la piel de cinco personajes a la vez o más; somos un impostor que asume como suyo lo que en realidad no le pertenece (o no del todo) y lo devuelve, atrevido, en otra lengua. Somos magos pero no hacemos magia: nos rompemos la cabeza para que el trabajo parezca magia y el cliente, el jefe o el colega queden hechizados, satisfechos. Somos magos sin capa de invisibilidad. Y si hay alguien que la lleve puesta, descrea. Esa capa lo está engañando: ¡jamás surtirá grandes efectos!

Delfina Morganti
Hipervinculados - Invierno 2011

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