05 octubre 2011

A Barkeeper Entering the Kingdom of Heaven... ¿O Mark Twain adentrándose en el mundo de Jane Austen?

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“Un tabernero adentrándose en el Reino del Cielo”: ¿Es verdad que Mark Twain odiaba a Jane Austen?


INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS*
por Delfina Morganti Hernández

1. INTRODUCCIÓN.

     La Prof. Emily Auerbach escribió un ensayo diferente. Su texto va más allá de las seis obras maestras de Jane Austen; incluso va más allá de las cartas, de la colección de primeros poemas y demás esbozos, conocida cono Juvenilia. No obstante, el ensayo que escribe Auerbach a propósito de Austen se halla tan intrínsecamente relacionado con la obra de la autora en general y con su ingenioso estilo, que la profesora no puede dejar de citar parte de sus descripciones y a unos cuantos de sus personajes. El texto que presento más abajo se trata, sin más, del ensayo de un ensayo: Emily Auerbach escribe sobre lo que escribió Mark Twain sobre Jane Austen. Y como si estos tres no fuesen ya multitud, yo vengo a aportar la traducción de ese ensayo, el de Auerbach, al español.
     Cabe aclarar que el texto escapa al terreno de lo metafísico: Auerbach realiza un estudio minucioso, casi científico, de la crítica que hizo Mark Twain sobre la ficción de Jane Austen. Y Auerbach no escribe solo para dar a conocer las palabras de Twain y contestarle, sino también para exprimir el discurso del autor desde todos los ángulos posibles y reformularlo, no sin argumentos, a favor de las especulaciones propias de una verdadera estudiosa de la obra de Jane Austen como es, sin duda, Emily Auerbach.
    Sin proponerse alterarlas del todo, la ensayista hace tambalear las primeras lecturas, lineales e inadvertidas, que se podrían hacer del texto de Twain, “Jane Austen”: leyendo a Auerbach nos parece que viene a desmontar una farsa, a quitarle a Twain esa máscara que le hacía decir que los personajes de Austen le aburrían, lo cansaban, le disgustaban.
     Debido a que no se limita a escribir el ensayo de un ensayo, Auerbach centra su texto en torno a la cuestión de hasta qué punto podemos creerle a Twain que sentía ese aborrecimiento desmesurado cuando le nombraban a Jane Austen. ¿Hasta qué punto —esa es la pregunta— se le puede creer a un autor que era un especialista del doble sentido, la ironía, el sarcasmo y la lógica del absurdo? ¿Hasta qué punto se puede confiar en él, incluso al toparnos con el legado de sus argumentos provinientes de su propia pluma, ya sea en cartas, en frases memorables o hasta en un ensayo con el nombre de la autora contra la que despotrica?
     Con todo, el corpus de evidencia presentado por Emily Auerbach es más que convincente para sospechar que detrás de tantas injurias a los personajes de Austen, habría en Mark Twain una profunda admiración de la literatura que sale de la pluma de esta autora. Si al principio Auerbach postula lo que aparenta ser una apreciación personal sobre el vínculo literario entre los dos autores, Twain y Austen, antes de llegar a la mitad de la argumentación la atmósfera de verosimilitud creada por una investigación más que contundente nos hace entrelazar nuestra mano con la de Auerbach para seguir juntos por el camino de la sospecha contra Mark Twain y a favor de Jane Austen.
     Gracias a que Auerbach evita las digresiones y, en cambio, ofrece una argumentación precisa, un estilo inteligible y un tono tan fluido y entretenido, todo parece jugar a favor de la tesis que nos propone.

Ensayo de un ensayo: una breve aproximación al texto de Emily Auerbach

     Si bien no han tenido la dicha de conocerse tête-à-tête, existe una suerte de vínculo dialógico entre Mark Twain y Jane Austen. Como nos recuerda Auerbach, Jane Austen fallece a los cuarenta y dos años, en 1817, casi dos décadas antes de que naciera Mark Twain en 1835.
     El autor ataca sin piedad a Jane Austen y sus personajes. Sin embargo, parece que si hay algo que a Twain no le faltó a la hora de comenzar un escrito sobre Austen fue, precisamente, el conocimiento de gran parte de su obra. Aun cuando él mismo afirma lo contrario, Auerbach sostiene que si Twain hubiese realmente ignorado las novelas de Austen, no habría revelado, a lo mejor sin querer, el haber llegado a leer más de la primera mitad de Sensatez y Sentimiento.
     Ya sea en los textos que constituyen su obra ensayística o en los que conforman su ficción, Mark Twain (seudónimo con el que se conoce al escritor Samuel Langhorne Clemens) recurría a un tipo de recurso retórico similar al empleado por la misma Jane Austen en sus relatos de la denominada landed gentry (aristocracia terrateniente). Sin pretender encontrar grandes semejanzas entre la prosa de ambos autores, la ironía es, sin duda, un elemento recurrente en sus obras. Tanto Mark Twain como Jane Austen (y tal vez no habría que discriminar en esta consideración a un tercero, Oscar Wilde) cultivaron en reiteradas ocasiones el sarcasmo, no solo en la ficción, sino también en la vida real. Así lo demuestra gran parte de la correspondencia que mantenía Austen con su hermana Cassandra y su sobrina Fanny. Para retomar un breve ejemplo a partir de The Letters citado por Carlos José Restrepo en Jane Austen, la comedida perfección, el tono irónico de la autora no pasa desapercibido: “Ayer la señora Hall, la de Sherborne, trajo al mundo un niño muerto, unas semanas antes de lo que esperaba, a causa de un sobresalto. A lo mejor fue porque de repente le vio la cara a su marido”. A su vez, Auerbach ha sabido seleccionar citas más que relevantes que demuestran el carácter para nada sumiso de la personalidad de Twain, un rasgo de personalidad típico en Jane Austen.
      Pero aparte del uso estratégico de recursos retóricos en común, Austen y Twain dejaron entrever a partir de su prosa una escala de valores que muchas veces resulta parecida si comparamos sus obras. Su visión de las clases sociales altas y de los personajes representativos de la élite gobernante se hace evidente a través del modo en que, en la ficción, aprovechan para someter a estos grupos al ridículo: aquellos que en la vida real encarnan símbolos inmaculados del honor y el prestigio juegan en la ficción de ambos autores los papeles más risibles, a la vez que las damas de alta estirpe y magnánima presencia resultan las más quisquillosas y desagradables.
     En su ensayo, Emily Auerbach retoma estratégicamente estos ejes de paralelismo en el contenido que ofrece cada autor y pone ante los ojos del lector una ingeniosa recopilación de fragmentos de novelas, cartas, citas y hasta escenas cinematográficas incluso ajenas a la literatura Austen-Twain. Todo ello acaba por avalar su perspectiva crítica y validar, en gran medida, su tesis en cuanto a cómo se podrían leer las afirmaciones de Twain cuando este advierte que encuentra los libros de Austen tan insoportables que “una vez que uno [los] suelta, directamente no puede [retomarlos]” (Auerbach, 2004: 296).
     Dada la sorprendente brevedad y el carácter inconcluso del texto de Twain contra Austen, Auerbach logra hacerse eco de la totalidad del ensayo “Jane Austen” sin que en ningún momento el tono de la profesora, su estilo o la riqueza de su argumentación lleguen a tornarse tediosos para el ojo lector. Y como si citar a uno y a otro autor no hubiera sido suficiente, Auerbach alimenta constantemente su tesis con reiteradas instancias de intertextualidad. (No es para menos si se pretende rematar con éxito una obra —por más breve e inconclusa que sea— que nos ha legado el mismísimo Mark Twain, autor con “peligroso” [las comillas son mías] historial de sarcasmo).
     De este modo, valiéndose de las palabras de Twain contra Austen (“… Jane Austen […] hace que deteste a toda su gente, sin escrúpulos”) y también de los improperios que él enunció sobre los personajes de la autora (“Lucy Steele […] es una aduladora, una entrometida…”), parecería como si Auerbach se dejara llevar más por lo que Twain no alcanzó o no se atrevió a decir que por aquello que sí dejó escrito y explícito en “Jane Austen”. Desde la óptica de Emily Auerbach, Twain seguramente se sintió cautivado por Austen hasta un grado de fascinación tal que la admiración por la autora le habría infundido un terrible miedo por el qué dirán de sus colegas. En definitiva, la profesora acaba por conceder a Twain el beneficio de la cobardía antes que el del orgullo: el escritor habría sentido una suerte de pánico escénico si hubiese tenido que confirmar que no solo había leído a Jane Austen, sino que, además, sus obras ocupaban un lugar predilecto entre los libros de su propia biblioteca mental y fuentes de inspiración.
     Por último, Auerbach cuestiona, desarma, especula y deduce a partir de lo implícito en “Jane Austen” sin caer en la banalidad ni en la cursilería. La ensayista va tras las huellas de lo que ha quedado mudo, del adjetivo que fue suprimido o el párrafo que resultó eliminado, y encuentra las pruebas que necesita en el tono poco convincente y algo contradictorio que puede haber traicionado al instinto intelectual (cuasi) asesino de la crítica despiadada de Mark Twain. ¿Un motivo para creerle a Auerbach? Ya previo al ensayo sobre Jane Austen, Mark Twain contaba con un largo historial de críticas similares proferidas a otros autores. Tal como cita Auerbach, una de las víctimas de Twain había sido Fenimore Cooper, a quien el autor colocó en la cúspide de los hacedores más importantes de crímenes contra la literatura. Sin embargo, leyó sus obras.
      Antes de librar al lector al texto en español, le advierto que he optado por introducir un sistema de notación propio. La decisión se debe a que, si bien el texto original cuenta con notas, al no disponer de él en papel, he tenido que resolver la cuestión de las citas remitiéndonos a todas y cada una de las fuentes mencionadas por mis propios medios. Con el objetivo de no interferir en la lectura, las referencias correspondientes a dichas citas se encuentran al final del texto.

*Para leer un poco más sobre los pormenores de traducir este ensayo, recomiendo a los lectores que visiten el enlace a la nota: "De TraduActores tras bambalinas... El 'detrás de escena" de una traducción literaria'.".

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EMILY AUERBACH – UN PERFIL
Miembro honorario de la Jane Austen Society of North America, Emily Auerbach es profesora de Lengua y Literatura de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE. UU) desde 1983. Se especializa en diversas áreas de investigación y autores, como Jane Austen y escritoras del siglo XIX. Es autora del libro Searching for Jane Austen (2004) y cofundadora de The Odyssey Project, una iniciativa interdisciplinaria que ofrece programas universitarios accesibles para adultos con bajos recursos. Desde 1995, trabaja como coanfitriona en el programa de la radio pública de Wisconsin (WPR), University of the Air. Además, dirige el proyecto The Courage to Write, una serie de documentales radiales y guías de estudio sobre escritoras mujeres destacadas por su obra literaria y su historia de vida. Ha recibido varios premios por sus proyectos interdisciplinarios en las áreas de Literatura y Humanidades y Artes, entre otras.
En la actualidad, se desempeña como miembro del plantel oficial de profesores de la Universidad de Wisonsin-Madison.
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2. TRADUCCIÓN.
AGRADECIMIENTOS: Mi sincero agradecimiento a Emily Auerbach por su cálida recepción de mi propuesta para traducir este ensayo, y a Rebecca Soares, representante del área de Derechos y Permisos de la Editorial de la Universidad de Wisconsin, por hacer los trámites necesarios a fin de cederme los derechos correspondientes para poder publicar la traducción de esta obra:




“Un tabernero adentrándose en el Reino del Cielo”: ¿Es verdad que Mark Twain odiaba a Jane Austen?

2. TRADUCCIÓN 
por Delfina Morganti Hernández

Cada vez que leo Orgullo y Prejuicio o Sensatez y Sentimiento
me siento como un tabernero adentrándose en el Reino del Cielo
[…] Jane Austen […] hace que deteste a toda su gente, sin escrúpulos.

(Fragmento del ensayo inédito e incompleto Jane Austen”, de Mark Twain)1.

     Mark Twain expresó un odio singular por Jane Austen, a tal punto que definió la biblioteca ideal como aquella que en sus estantes no tuviera ninguno de los libros escritos por la autora. “Esta sencilla omisión haría de una biblioteca desprovista de libros una bastante buena”, insistió Twain en su libro de viajes Siguiendo el Ecuador2. ¿Es verdad que Mark Twain detestaba a Jane Austen? ¿O acaso se trataba de una mera pose por parte del irascible Twain?
     En la larga correspondencia que mantenía con su colega William Dean Howells, Mark Twain parecía sentir placer al descargar su ira literaria contra Jane Austen, en particular porque sabía que era la autora favorita de Howells. En 1909, Twain escribió que “Jane Austin” [sic] era “realmente imposible” y que no podría leer su prosa ni aunque le pagaran un sueldo a cambio de hacerlo3. Por su parte, en el libro Mi Mark Twain, Howells señala que, en el terreno de la ficción, Twain “tenía su repugnancia bien definida; había ciertos autores cuyos nombres no pronunciaba sino que, antes bien, los vomitaba”4.
     En palabras de Howells: “El aborrecimiento número uno de Twain era mi querida y venerada Jane Austen, mi favorita número uno. Una vez me dijo —supongo que después de leer algunos de mis pródigos elogios hacia ella, dado que siempre estoy alabándola— lo siguiente: ‘Parece que usted piensa que esa mujer podía escribir’, y luego se abstuvo de hacerme sentir como un tonto, aparentemente porque éramos amigos desde hacía mucho tiempo y, además, porque me tenía más lástima que odio a causa de mi mal gusto”.5
     En vez de sentir pena por Twain cuando este se enfermaba, Howells lo amenazaba con ir a leerle Orgullo y Prejuicio.
     Lo que no dejaba de sorprenderle a Twain era que a Austen se le hubiese permitido morir por causas naturales, en vez de ejecutarla en nombre de sus crímenes literarios. “Sus libros llegan a enloquecerme tanto que no puedo disimular mi frenesí”, observó Twain, supuestamente a raíz de que, según su punto de vista, una novela de Jane Austen es como un libro que “una vez que uno lo suelta, directamente no puede retomarlo”6. Sin embargo, es posible sospechar de la aparente repugnancia frenética que experimentaba Twain desde el momento en que él mismo reconoce que le gusta releer las novelas de Jane Austen, aunque sea para odiarlas a todas juntas de nuevo. En una carta dirigida a Joseph Twichell en 1898, Twain declaró, enfurecido: “Tengo que parar cada vez que empiezo. Cada vez que leo Orgullo y Prejuicio quiero sacarla de la tumba y golpearle el cráneo con los huesos de sus propias piernas”7.
     Es evidente que a Mark Twain le encantaba despotricar sin fundamento contra los “clásicos”. En el famoso ensayo Los delitos literarios de Fenimore Cooper, Twain arremetió contra el autor por llegar a los “114 delitos contra el arte literario sobre un total de 115 posibles” y por cometer “un crimen contra el lenguaje” debido a su dicción forzada y sus caracterizaciones sentimentales.8 Tal vez Twain planeaba escribir un ensayo del mismo estilo para exponer al ridículo a la muy aclamada Jane Austen: actualmente, la Biblioteca de la Universidad de California-Berkeley alberga, entre las obras de Mark Twain, un fragmento incompleto e inédito que se titula “Jane Austen”. ¿Por qué Mark Twain habría de sentirse incómodo con un ataque mordaz contra la “imposible Jane Austin”? ¿Sería posible pensar que descubrió que tenían demasiadas cosas en común?
     Jane Austen” comienza con la inolvidable imagen de un Twain grotesco adentrándose en la elegante sociedad de salón típica de las novelas de Jane Austen:
Cada vez que leo Orgullo y Prejuicio o Sensatez y Sentimiento me siento como un tabernero adentrándose en el Reino del Cielo. Es decir, me siento como es probable que él mismo se sentiría, como es casi seguro que se sentiría. Estoy muy seguro de saber cuáles serían sus sensaciones y los comentarios que haría en privado. Seguramente mostraría una mueca de desprecio con los labios, mientras que esos presbiterianos por demás de benévolos se pasearían de aquí para allá, satisfechos de sí mismos. ¿Acaso se daría así porque él se consideraría mejor que ellos? Para nada. No serían de su agrado, es todo.1

     Al tabernero de Twain no le cae bien el mundo sofocante de la escuela dominical, el cual califica de “por demás de benévolo”9 (y por demás de hipócrita).
     Como un Huckleberry Finn desesperado por huir del salón y correr hacia el río, Twain imagina a su tabernero cascarrabias como un ser incapaz de tolerar a las bien educadas damas y los refinados caballeros presentes en las novelas de Austen. “No querría vincularse con ellos; no le agradaría su modo de andar ni su estilo ni sus modales, además de que su forma de hablar lo enfurecería”10.
     Al mismo tiempo, el tabernero de Twain sospecha que su falta de valoración podría indicar alguna falencia de índole cultural en él:
Aun así, estaría secretamente avergonzado, secretamente enojado consigo mismo por la situación. ¿Por qué? Porque los taberneros son como el resto de la gente: se sienten humillados al darse cuenta de que hay cosas hermosas, cosas grandiosas y dignas de admiración que otros pueden percibir y ellos no.11

     Entonces, el tabernero “se pondría su armadura” para prepararse para un nuevo ataque contra las novelas de Austen:
¿Qué haría entonces el tabernero? ¿Desistir y regresar allí abajo, donde se encuentran los de su clase? No, aún no. Deambularía por los recovecos de la soledad y tomaría un largo descanso. Luego, se pondría su armadura y volvería a arremeter una vez más contra la propuesta, diciéndose: “Otros han descubierto el encanto que guardan esos presbiterianos, de modo que tiene que ser algo real, no una ilusión. Volveré a intentarlo. Si hay otros que lo descubrieron, yo también puedo hacerlo”.
Así que vuelve a intentarlo. ¿Pero lo logra? No, porque aún no ha educado su gusto, no lo ha reformado. Su gusto permanece intacto, y lo que está en juego se trata, en definitiva, de una cuestión de gusto: no podrá disfrutar de aquellos presbiterianos hasta que no haya aprendido a admirarlos.12

     Si bien Twain señala que “los personajes de Jane Austen no son presbiterianos, y yo no soy un tabernero”13, el autor eliminó esta aclaración del ensayo, quizás porque no quería renunciar a las similitudes que veía entre sí mismo y su tabernero que, a pesar de ser perseverante, era poco culto.
     Con una ocurrencia similar a la que había usado para afirmar que es fácil dejar de fumar (él mismo lo había hecho varias veces), Twain bromea en el ensayo al destacar cuánto más fácil resulta empezar las novelas de Jane Austen que terminarlas:

¿Acaso Jane Austen hace su trabajo con una excelencia tan despiadada? Es decir, ¿para mi gusto? Tal vez sea eso. Hace que deteste a toda su gente, sin escrúpulos. ¿Es esa su intención? No resulta creíble. ¿O acaso busca hacer que el lector deteste a sus personajes hasta la primera mitad del libro y luego los venere durante el resto de los capítulos? Eso sí que podría ser posible. Sería virtuosismo artístico, además de que valdría la pena. Algún día analizaré la otra mitad de sus libros y veré.14

     Twain reconoce que “Todos los grandes críticos elogian su arte [el de Austen] con generosidad debido a su presunto don para caracterizar a los personajes: “Para empezar, dicen que construye a sus personajes con una deferencia bien definida y un estilo decidido. Creo que es verdad, siempre y cuando estemos de acuerdo en que los personajes que crea son detestables”.15
     Más adelante, se produce un giro inesperado en el ensayo que alterna los improperios en contra de Austen con una valoración de Sensatez y Sentimiento o, habría que decir, con el principio de Sensatez y Sentimiento. Twain afirma: Ahora estoy ocupándome de Sensatez y Sentimiento, y he terminado el primer tercio del libro (no por primera vez)”16. A continuación, pasa a analizar uno por uno a los personajes de un modo que deja entrever una perspicacia extraordinaria. Empieza por Marianne Dashwood, la heroína sensible que profesa más sentimiento que sensatez:
Desde mi punto de vista, Marianne no es atractiva. Estoy seguro de que a mí ni me llamaría la atención en la vida real. Supongo que fue intencional que resultara tan poco atractiva.17

     En efecto, Twain y Austen comparten cierta incomodidad frente al sentimentalismo exacerbado. Austen se refiere a Marianne como alguien que “se apasiona por todo” y que “derrocha… sensibilidad”, de forma tal que “sus penas, sus alegrías, no admitirían moderación alguna”18. Cuando se encuentra disgustada, Marianne “provoca el sufrimiento” y se envuelve en su tristeza, “buscando un aumento del dolor en cada reflexión que sea capaz de brindárselo”19 y dándose el gusto de ceder ante “melancólicas remembranzas”20. “Tengo que sentir; tengo que ser desgraciada”21, exclama Marianne mientras se deja llevar felizmente por la “efusión del dolor”22 y el “alimento de su tristeza”23 de un modo que anticiparía al personaje de Twain, Emmeline Grangerford, la joven poeta de Huckleberry Finn que “podía escribir sobre cualquier cosa que a uno se le ocurriera sugerirle, siempre y cuando fuera algo capaz de provocar tristeza”24. Al igual que Twain, Austen se mofaba de las heroínas que estaban demasiado ocupadas en realzar su busto como para actuar de forma racional. “Un desmayo fatal me ha costado la vida”, advierte, jadeante, una de las protagonistas de una breve novela en tono satírico que escribió Austen en su adolescencia. “Ten cuidado con los desmayos, querida Laura… Vuélvete loca tantas veces como te venga en gana; pero no te desmayes”25. Dado que Marianne de Sensatez y Sentimiento raya en lo poético y lo melancólico (“¡Y ustedes, ay, vosotros, los bienaventurados árboles!”26), dispone de muy poco tiempo para ayudar a los que la rodean o, siquiera, a sí misma.
     Más adelante, Twain vuelve su mirada fulminante hacia la hermana mayor de Marianne, la sensata Elinor, y también hacia el hombre con el que este personaje acabará por casarse, Edward Ferrars.
Edward Ferrars se ha enamorado de Elinor, y ella de él; la justificación de este acontecimiento puede que se desarrolle más adelante pero, hasta el momento, no existe ninguna forma de explicarlo, pues, hasta el momento, Elinor es una estatua de cera y Edward una sombra, ¿y cómo podría semejante par de piezas entrar en calor y sentir algo de pasión?27

     Twain está en lo cierto cuando señala que ambos, Edward y Elinor, son de naturaleza reservada y que dominan sus emociones en vez de demostrarlas abiertamente como lo hace Marianne. Hasta la misma Elinor reconoce, a propósito de la personalidad de Edward, que “por momentos parecía como que le faltaba algo de emoción”28.
     Tal vez la comparación entre un enunciado propio de Edward Ferrars con una frase típica de Huck Finn sirva para poner de relieve el porqué de la frialdad que destila Twain contra el “héroe” de Austen. Edward dice: “Así que no has logrado contagiar a tu hermana con tu plan de ejercer la cortesía para con todo el mundo”29, mientras que Huck se limita a afirmar: “Trepé hasta lo alto del cobertizo… y terminé con la lengua afuera”30. No por nada Twain veía a Edward Ferrars, graduado de Oxford y subordinado al dominio de su madre, como un pollito mojado.
     El ensayo de Twain continúa con el análisis de Edward y sus vínculos:
Edward es una sombra desagradable, porque ha descartado a su inofensiva pieza de cera y se ha comprometido con Lucy Steele, que es tosca, ignorante, despreciable; no tiene cabeza ni corazón y es una aduladora, una entrometida… Y la pieza de cera a quien reemplazó la describe como una “mujer que en apariencia física y conocimientos es superior a la mitad de las de su sexo” y dice que “el tiempo y el hábito le enseñarán a Edward a olvidar que alguna vez pensó en otra como superior a ella”. Elinor conoce a Lucy bastante bien. ¿Acaso se la obliga a decir estas falsedades sentimentales para hacernos pensar que es una pieza de cera noble y magnánima, y así realzarla ante nuestros ojos? ¿Y es que acaso se logra?31

     Aquí la desconfianza se torna deducción. Si bien Twain había alardeado anteriormente en “Jane Austen” de que estaba leyendo “el primer tercio” de Sensatez y Sentimiento y no por primera vez, las palabras que cita en este texto pertenecen al último tercio de la novela en tres tomos de Austen.
     ¿Era Mark Twain un admirador secreto de Jane, un simulador que leía y valoraba más a Jane Austen de lo que él mismo revelaba?
     Mark Twain demuestra su empatía por Austen a través de su acertada descripción de Lucy Steele como “tosca, ignorante, despreciable; no tiene cabeza ni corazón y es una aduladora, una entrometida”32. A pesar de su frecuente admiración por los discursos realistas y los modales prácticos, está claro que Twain no prefiere en absoluto al personaje inculto de Lucy, “ignorante y analfabeta”33, con su gramática errática y su “falta de auténtica elegancia”34, en lugar de a cualquiera de las bien educadas hermanas Dashwood. La “falta de sinceridad” y los “artilugios”35 de Lucy la vuelven perversa ante los ojos de ambos, tanto de Austen como de Twain.
     Para el hombre que tortura a Marianne, el meloso Willoughby que la seduce mientras planea casarse con una heredera, Twain no ofrece más que la siguiente condena: “Willoughby es un auténticamente cruel, criminal y asqueroso hombre de sociedad36. Al igual que Austen, Twain despreciaba a aquellos que, bajo una apariencia elegante y honrada, escondían un corazón vacío e inhumano. Así como Austen había convertido a la poderosa Lady Catherine de Bourgh, superior en clase social, en el personaje menos digno de admiración de Orgullo y Prejuicio, Twain eludió el trato con la aristocracia de cuna más que de comportamiento: el escritor observó, en tono burlón, que el emperador ruso estornudaba tal como lo hacía todo el mundo. En Sensatez y Sentimiento, el equivalente a Lady Catherine es la altanera y maliciosa madre de Edward, la señora Ferrars. Twain concluye que “la vieja señora Ferrars es una aristócrata abominable, tosca y antipática a más no poder” 37.
     Para el resto de las descripciones, Twain agrega el rótulo de “caballero” o “dama”, seguido del término “tosco”, casi como para respaldar el feroz dictamen de Austen respecto de las clases altas:
El señor Dashwood, caballero, es tosco y un insensible devoto del dinero; su Fanny es tosca y mala. Ninguno de los dos jamás dice ni hace nada bueno.
El señor Robert Ferrars, caballero, es tosco, un esnob y una persona por lo general desagradable.
El señor Palmer, caballero, es tosco, bruto y, casi con seguridad, un burro, aunque no podemos confirmarlo (todavía) porque se refugia bajo un manto de silencios que no suelen interrumpirse con discursos que ofrezcan material suficiente como para relevar un análisis al respecto.
Su esposa, dama, es tosca y tonta.
La hermana de Lucy Steele es tosca, estúpida y antipática.38

     A esta altura, Twain ha reiterado la palabra “tosco” para referirse a ocho personajes. Uno podría pensar que Twain estaba a favor de ser tosco, tal como lo evidencia la crudeza que parecía cultivar en afirmaciones del tipo: “Si no puedo proferir insultos en el cielo, entonces no me quedaré allí”39. No obstante, en las descripciones anteriores equipara el término con la maldad en general y la obsesión materialista por la que se caracterizan los personajes interesados de Austen.
     Aun así, Austen apenas si cuestionaría los análisis quisquillosos de Mark Twain sobre sus personajes. En efecto, John y Fanny Dashwood son toscos, malos e insensibles; los dos tienen una gran devoción por el dinero y se niegan a compartir su herencia con otros parientes. ¿Acaso deberían ceder 3000 libras? Deciden que no. Con egoísmo, acaban por reducir la cifra inicial a tan solo unos esporádicos “presentes de pescado y piezas de caza”40. Tal como advierte Fanny a su esposo para descartar la idea de darle una donación anual a la madrastra viuda de él, “la gente siempre vive una larga vida si hay una pensión anual de por medio”41.
     Austen nos dice que Robert Ferrars se caracteriza por “el vacío y la vanidad”42, y tal vez ella y Twain estarían de acuerdo en que merece casarse (y, de hecho, lo hace) con Lucy Steele, personaje igual de desagradable que él.
     En vez de celebrar los malos modales del señor Palmer, Twain intuye su brutalidad y el horror de un matrimonio sin amor como el de los Palmer. En cuanto al señor Palmer, un hombre malhumorado y antisocial, Austen observó que “su temperamento podría volverse más agrio al descubrir que, como tantos otros de su mismo sexo, y debido a alguna inexplicable tendencia en favor de la belleza, resultó ser el esposo de una mujer muy tonta”43.
     La manera en que el señor Palmer reacciona ante el hecho de haberse casado con una mujer tan tonta es escondiéndose detrás del periódico, el cual deja de lado únicamente para emitir comentarios despectivos sobre todo el mundo, en especial sobre su esposa. Twain se hace eco de la descripción de la señora Palmer como una “tonta” y le asigna a su esposo el calificativo de “burro”44. (Austen ofrece una mirada más elegante del señor Palmer, aunque con la pluma más afilada, dado que lo presenta como un hombre de “estudiada indiferencia, petulancia e insatisfacción”45.).
     El último personaje de la lista que elabora Twain en “Jane Austen” es la hermana pegajosa y aduladora de Lucy Steele, a quien ambos, tanto Twain como Austen, desestiman por ser “tosca, estúpida y antipática” (nada de “dama” en este caso).
     Con la queja sobre la antipática señorita Steele, el ensayo de Twain culmina en un inesperado final. ¿Lo dejó incompleto debido a que, al igual que el tabernero, había sido derrotado en su intento por apreciar a Jane Austen? ¿O es que (diría yo) no podía conciliar su deseo viril de menoscabar a Austen con el hecho de que, en realidad, sí la entendía? Mi sospecha es que tenía miedo de reconocer que había llegado al último tramo de Sensatez y Sentimiento, por temor a dar una imagen poco masculina de su persona, como si reconocerlo hubiese sido equivalente a confesar que admiraba el ballet o que tocaba la flauta.
     Si Twain estuviese vivo hoy, ¿mantendría esa malévola imagen de colega quejoso respecto del estatus de Jane Austen como “La Mujer del Año”? Si actualmente Twain mantuviera su postura anti-Austen, se encontraría con muchos humoristas hombres de Estados Unidos que le harían compañía. Mientras trabajaba en una serie sobre Jane Austen para una distribuidora satelital de la Radio Pública Nacional, la cual contó con la participación de Margaret Drabble y un equipo de otros distinguidos admiradores y estudiosos de Austen, encontré el alivio cómico que buscaba en dos eminencias del humor estadounidense: Andy Rooney y Dave Barry. Por entonces, noté en ellos algunos ecos de Twain.
     Desde su oficina de 60 Minutes, el programa producido por CBS, Rooney me dejó muy en claro que había optado por un prejuicio al mejor estilo Mark Twain en contra de Austen: “¿Qué opino sobre Jane Austen? Casi nada, diría yo. Nunca leí ninguno de sus libros y no siento ningún vacío profundo en el lugar que ocuparía mi conocimiento sobre su obra. No es que haya elegido a Jane Austen como alguien a quien decidí serle indiferente a propósito. Es solo que nunca me atrajo leer Orgullo y Prejuicio o Sensatez y Sentimiento. Me sonaba a que eran como los gemelos Bobbsey para adultos”46. Rooney reconoció que él tampoco había leído ninguno de los libros de “Emily Brontë” (¿y acaso alguien sí?).
     El humorista Dave Barry del diario Miami Herald se mostró acongojado al enterarse de que Austen nunca había escrito Cumbres Borrascosas 47: “Justo esa había sido mi única experiencia con un libro de Jane Austen”. Le pregunté con qué imagen asociaba el nombre de Jane Austen y me respondió: “Me imagino todas esas películas que nunca elijo ver (esa es la imagen principal), protagonizadas por la superestrella Emma Thompson, que no dudo de que sea una actriz fabulosa. Me imagino frente a la puerta del cine, viendo las películas que dan en cartelera, y casi que entro a ver una con Emma Thompson, pero luego, justo en la sala de al lado, hay una en la que Arnold Schwarzenegger se estrella contra un helicóptero con una moto de agua y me doy cuenta de que esa va más con mi forma de pensar, así que nunca llego a ver las películas de Jane Austen”48.
     Barry castigó a Rooney por menospreciar Orgullo y Prejuicio y Sensatez y Sentimiento al señalar que “No entiendo por qué se la pasa criticando dos libros que jamás leyó en su vida, así que no puedo decir que esté de acuerdo con él”. A su vez, Barry agregó que “Todo el mundo debería leer la obra completa de Austen, para luego contármela y ahorrarme el trabajo de tener que leerla yo mismo”49. Como Twain, que alardeaba al afirmar que “no sé nada de nada, y jamás lo supe”50, Barry y Rooney parecen celebrar su filisteísmo, sobre todo cuando se trata de escritoras mujeres.
     Qué pena que Jane Austen (1775-1817) haya fallecido dos décadas antes de que naciera Mark Twain (1835-1910). ¿Qué habría dicho ella (en tono irónico, por supuesto) acerca de él? ¿Qué habría pasado si los dos se hubieran conocido durante alguno de los viajes de Twain a Europa? Al inmiscuirse en el Hampshire campestre de Austen, ¿acaso se habría sentido como un tabernero adentrándose en el reino del cielo?
     Al pensar en Twain, el incontenible navegante del Río Mississippi, y en Jane, la tía solterona aficionada al té, no puedo evitar acordarme de la pareja de Bogart y Hepburn en el clásico film La Reina de África 51. Charlie, el piloto que habla con la boca llena y nunca se afeita en La reina de África, tiene en común con Twain la fascinación por los cigarrillos, el alcohol, la libertad y la falta de rigor. Además, Charlie afirma: “Nunca hagas hoy lo que puedes hacer mañana”, mientras que Twain bromeaba con que “No dejes para mañana lo que puedes hacer el día después de mañana”52. Al igual que Twain en compañía de las damas y los caballeros de Austen, es gracioso contemplar el modo en que Charlie parece estar fuera de lugar durante la escena en la que la sofisticada Rosie y su hermano, el reverendo, lo invitan a tomar el té. Ambos observan a Charlie sin decir nada, en un silencio acongojado pero elegante, mientras el estómago del otro cruje sin parar. Puede que Charlie sea espontáneo, pero tal como advierte Rosie con desdén, “La naturaleza es aquello que vinimos a este mundo a superar”.
     Al fin y al cabo, la antipatía es mutua: Charlie critica a la “flacucha dama” que ve en Rosie y su mundo de lleno de formalidad y discreción. El personaje experimenta una sensación bastante parecida a la del “acorralado” Huckleberry Finn, y exclama: “La Viuda Douglas […] había anunciado que me sivilizaría; pero era duro vivir en esa casa todo el tiempo, sobre todo si se tiene en cuenta lo insoportablemente estricta y decente que era la viuda en su forma de comportarse, así que cuando ya no aguanté más, salí corriendo”.52
     A diferencia de Finn, Charlie y Rosie “salieron corriendo” juntos, y los resultados son sorprendentes. El hecho de pasar algunas semanas juntos en un bote hace que desaparezcan los kilómetros de distancia que antes parecían insuperables entre ellos a causa de las diferencias culturales; eso sin contar que también quitan del camino los centímetros de largo que tiene el vestido de cuello alto y ceñido que luce Rosie. A pesar de todo, Charlie y Rosie descubren que comparten el mismo entusiasmo por la vida.
     ¿No se podría pensar a Twain y Austen como una pareja igual de dispareja? Yo creo que Austen habría disfrutado del par de cuentos de Mark Twain conocidos como “El niño bueno” y “El niño malo” 53. En sus cuentos, Twain les da un giro de trescientos sesenta grados a los relatos moralizantes de la escuela dominical: el niño que derrocha una bondad infrahumana y ridícula sufre una muerte temprana, mientras que el otro, el niño malo, termina haciéndose rico y con un puesto en la legislatura. En cuanto a Austen, en una de sus cartas escribió que “los calcos de la perfección… me enferman y me vuelven malvada”54. En algunos de los textos que escribió cuando era adolescente, la autora derriba los manuales que instruían a las jovencitas en la observación de un comportamiento devoto, sumiso y educado, mientras que a las protagonistas de Jane Austen les gusta emborracharse, robar, mentir, cometer asesinatos y levantar ejércitos. Incluso en las obras que escribe durante la edad madura, Austen incluyó protagonistas carentes de las cualidades que se suelen atribuir a las heroínas tradicionales. Nótese a propósito de ello el comienzo de La abadía de Northanger 55:
Nadie que hubiera conocido a Catherine Morland en su infancia habría sido capaz de suponer que estaba destinada a ser una heroína… Los Morland… eran, en general, gente muy común, y Catherine… la más común de todos. Tenía una figura extraña y delgada, la piel pálida y amarillenta, el cabello largo y lacio, y las facciones muy marcadas… Era, además, escandalosa y salvaje, odiaba el encierro y la limpieza, y no había nada que disfrutara más en el mundo como rodar por la colina cubierta de césped que se encontraba al fondo de la casa.56

     A lo mejor a Huckleberry Finn también le hubiera gustado rodar por la colina junto a Catherine Morland, huyendo del “encierro y la limpieza” o, en palabras de Huck, de la “sivilización”57. Pero cabe recordar que las heroínas de Austen no son todas lánguidas. Sin ir más lejos, la protagonista de Orgullo y Prejuicio, Elizabeth Bennet, confiesa que “Me encanta reír. Nunca pongo en ridículo lo que es bueno o inteligente. En cambio, los disparates y las estupideces, los caprichos y las incoherencias sí que me divierten, tengo que admitirlo, y me río de todo eso cada vez que puedo”58.
     En definitiva, Twain y Austen se habrían encontrado en un aprieto si hubiesen tenido que decidir cuál de los dos era el más insolente. Ambos optaron por los clérigos, los aristócratas y los “superiores” en todos los órdenes posibles para descuartizarlos con apenas un par de palabras irónicas. Austen observó, a propósito de un par de vecinos molestos: “Fui tan cortés con ellos como lo permitía su mal aliento”59, y se refirió al personaje de clérigo del señor Collins como una persona a quien la estupidez le “había sonreído”60. Twain, en referencia a un clérigo, dijo que este “no cobró nada por ir a predicar, y hasta valió la pena escucharlo”61, además de anunciar con cierta ironía que basta con que los médicos cuenten con dos cualidades: ignorancia y confianza en sí mismos.
     Sin embargo, a pesar de adoptar la postura de “meros” escritores cómicos, ambos estaban convencidos de que el humor con el que escribían tenía el poder de revelar las verdades más profundas del comportamiento humano. En su novela La abadía de Northanger, Austen advirtió que una obra desestimada como “una simple novela” era, nada más ni nada menos, que “una simple obra en la que se ponen de manifiesto los poderes más extraordinarios de la mente, en la que el conocimiento más profundo de la naturaleza humana, los delineamientos más maravillosos de sus vertientes, junto con las emociones más vívidas del ingenio y del humor, se transmiten al mundo en el mejor lenguaje posible”62. Pero su voz seguiría siendo cómica, tal como insistió la autora cuando un clérigo le aconsejó cambiar de estilo:

Mi buen señor, realmente es muy amable con sus sugerencias… [pero] no podría sentarme a escribir en tono serio… con ninguna excusa, salvo la de salvar mi propia vida; y si acaso me fuese imprescindible mantener ese estilo y no volver a reírme nunca más de mí misma ni de otros, estoy segura de que me mandarían a la horca antes de haber terminado el primer capítulo.63
   
     Austen termina su carta diciendo: “No, debo ser fiel a mi propio estilo y seguir adelante a mi manera”64.
     Tal como observa el personaje de Satán a propósito de la especie humana en El forastero misterioso de Mark Twain, la risa puede ser no solo la mejor medicina de la especie sino, también, su mejor arma:
Pues su especie, en su pobreza, tiene, sin lugar a dudas, un arma verdaderamente eficaz: la risa. El Poder, el Dinero, la Persuasión, la Súplica, la Persecución… Todas ellas son capaces de engendrar la farsa más grande, pero solo la risa puede hacerla estallar en mil pedazos. Ante el ataque de la risa nada logra mantenerse en pie. Siempre andan preocupándose y peleando con las demás armas. ¿Alguna vez usan la risa? No, la dejan ahí tirada, permiten que se oxide… Como especie, ¿acaso la usan alguna vez? No, no tienen la sensatez y el coraje necesarios.65

     Tanto Twain como Austen tuvieron “la sensatez y el coraje” necesarios para valerse del humor y atacar la “farsa más grande” que encontraran a su paso.
     El mismo Twain señaló que “Estamos perdiendo a los mejores autores del mundo. Chaucer está muerto, Shakespeare también, Milton otro tanto. Y yo mismo no me estoy sintiendo nada bien”66. Tanto Twain como Austen pertenecen al panteón de los mejores autores del mundo y, tal vez, se guiñen el ojo de vez en cuando, creyendo que nadie los ve.
* * *
     Desde que publiqué este ensayo varios años atrás, el Profesor James Flavin de la Universidad del Estado de Shawnee me informó que sospechaba que Twain le había robado a Austen la idea de la gente que se queja por tener que ceder una gran cantidad de dinero a los demás. Twain utiliza esta fórmula en una conversación entre hombres en el capítulo treinta y dos de Vida en el Mississippi. En vez de devolver diez mil dólares (frente a las tres mil libras de Austen) a su verdadero dueño, los hombres de Twain se autoconvencen de que es mejor quedarse con el dinero y entregar un mero presente a cambio.
     Al igual que los Dashwood de Austen, los personajes de Twain se valen de la lógica del “callejón sin salida” para ampararse en que el dueño verdadero es tan pobre que, en todo caso, no sabría qué hacer con el dinero. Este vínculo sugiere que a Twain no solo le agradaba Jane Austen sino que, además, su obra le resultó útil a la hora de considerar sus propios fines ficticios. Agradezco al Profesor Flavin por haber advertido esta conexión.67


3. NOTAS

1. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 306.

2. TWAIN, Mark. Following the Equator: a journey around the world, 1897. Fuente: Archivos Gutenberg.org. http://www.gutenberg.org/files/2895/2895-h/p7.htm, 7: 62.

3. TWAIN, Mark. Carta a W. D. Howells, 18 de enero, 1909. Mark Twain – Mark Twain’s Letters 1907-1910. (Classic Literature Library: free books in the public domain from the classic literature library), p.12. Fuente: http://mark-twain.classic-literature.co.uk/mark-twains-letters-1907-1910/ebook-page-12.asp

4-5. HOWELLS, William D. My Mark Twain: reminiscences and criticisms (LLC, NuVision Publications, 2008), 4:13. 

6-7. TWAIN, Mark. Carta a W. D. Howells, 18 de enero, 1909. Mark Twain – Mark Twain’s Letters 1886-1900. Fuente: Classic Literature Library: free books in the public domain from the classic literature library, p.95.

8. TWAIN, Mark. Fenimore Cooper’s Literary Offenses en Humorous stories and sketches (Courier Dover Publications,1996), p.59.

9-12. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 306.

13-17. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 307.

18-19. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 1: 6.

20. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 3: 11.

21. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. II, 7: 141.

22. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 16: 64.

23. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 16: 63.

24. TWAIN, Mark. Adventures of Huck Finn (Prestwick House Inc., 2005), 17: 107.
25. AUSTEN, Jane. Letter the 14th, Laura in continuation en Love and Freindship (www.pemberly.com).
26. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 5: 21.
27. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 307.
28. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 4: 17.
29. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 17: 71.
30. TWAIN, Mark. Adventures of Huck Finn (Prestwick House Inc., 2005), 2: 21.
31-32. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 307.
33. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 22: 96.
34. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 21: 94.
35. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 22: 96.
36-37. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 307.
38. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 307-308.
39. TWAIN, Mark. Notebook, 1898.
40. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 2: 10.
41. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 2: 9.
42. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. II, 14: 188.
43. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 20: 85.
44. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 300.
45. AUSTEN, Jane. Sense and Sensibility (New York: Oxford University Press Inc., 2004), VOL. I, 20: 85.
46. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 301.
47. BRÖNTE, Emily. Wuthering Heights (New York: Harper & Brothers, 1848).
48-50. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 301.
51. The African Queen, 1951, adaptación fílmica protagonizada por Humphrey Bogart y Katharine Hepburn, basada en una novela del mismo título escrita por CS Forester y publicada en 1935.
52. TWAIN, Mark. En una nota firmada por el autor hacia 1881. Fuente: http://www.twainquotes.com/Procrastination.html.
52'. TWAIN, Mark. Adventures of Huck Finn (Prestwick House Inc., 2005), 1:13.
53. TWAIN, Mark. The story of the good little boy y The story of the bad little boy en Sketches New and Old (Oxford University Press, 1875).
54. AUSTEN, Jane. Letter the 84th, March 23rd, 1816, Chawton. Fuente: www.pemberly.com.
55. AUSTEN, Jane. Northanger Abbey (London: R. Bentley; New Burlington Street; [etc., etc.,], 1848).
56. AUSTEN, Jane. Northanger Abbey (London: R. Bentley; New Burlington Street; [etc., etc.,], 1848), VOL.I, 1:1.
57. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 303.
58. AUSTEN, Jane. Pride and Prejudice (Bernhard Tauchnitz, 1870:2005), VOL.I, 11:55.
59. AUSTEN, Jane. Letter the 24th, November 20th, 1800-1801, Steventon. Fuente: www.pemberly.com.
60. AUSTEN, Jane. Pride and Prejudice (Bernhard Tauchnitz, 2005:1870), VOL.I, 22:115.
61. TWAIN, Mark. Adventures of Huck Finn (Prestwick House Inc., 2005), 33: 216.
62. AUSTEN, Jane. Northanger Abbey (London: R. Bentley; New Burlington Street; [etc., etc.,], 1848), VOL.I, 5:23.
63-64. AUSTEN, Jane. Appendix I. Correspondence with Mr. Clarke, from Austen-Leigh's Memoir, December 11th, 1815. Fuente: www.pemberly.com
65. TWAIN, Mark. The Mysterious Stranger Manuscripts (University of California Press, 2005), 10: 165-6.
66-67. AUERBACH, Emily. Searching for Jane Austen (University of Wisconsin Press, 2004), Ap. B: 304.


AGRADECIMIENTOS: Agradezco a Emily Auerbach por la cálida recepción de mi propuesta, y a Rebecca Soares, representante del área Derechos y Permisos de la Editorial de la Universidad de Wisconsin, por la cesión de los derechos pertinentes para poder publicar la traducción de esta obra:




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