24 enero 2011

Respuesta al texto de Michael Cunningham en Revista Ñ

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Cuando el escritor no se da por vencido...

...tampoco se da por satisfecho.

Cuando en la Jornada por el Día del Traductor en Rosario (2010) le pregunté a Angélica Gorodischer si acaso no solía volver sobre sus textos con ganas de seguir corrigiendo, editando, suprimiendo, poniendo, sacando, volviendo a escribir, etc. pensó apenas un segundo y respondió que esa práctica correspondía más bien a algunos de sus colegas, pero que ella no solía experimentarla. Personalmente, como traductora todavía hoy me sorprende su respuesta; como escritora, la creo en parte afortunada, y por entonces pensé algo así como, “Esta mujer está escapando del mal que nos aqueja a tantos otros, otros que formamos parte de un mismo cuerpo y que también escribimos”.

[...] aún si nunca hubiesen existido las gomas de borrar ni aquella tecla a la que suelo recurrir cuando escribo en la computadora, mi afán por la edición, la re-edición y la post-edición no dejaría de ser insaciable.

Michael Cunningham
El sábado 22 del corriente me topé con el artículo de Cunningham “Encontrados en la traducción” en la revista Ñ (traducción del original Found in Translation). Entre tantas conclusiones que su texto manifiesta, me apodero de esta más que de ninguna otra: “Si el libro en cuestión sale bien, no es nunca el libro que uno había querido escribir”

¡Pero claro! Es que hasta el escritor menos perfeccionista, hasta aquel que se dice menos autoexigente y más espontáneo siente, antes o después, aunque sea por una vez, que podría haber traducido sus ideas en una prosa más digna, en un verso un tanto menos locuaz. Y esta sensación de que al texto le falta no dista de la de muchos traductores de idiomas, sobre todo si se trata de traductores literarios. Si se traduce y se está conforme con el producto final un momento, al siguiente la gloria de haber logrado un trabajo inmejorable desaparece, y ya entra uno a querer hacer cambios que, algunas veces y por razones de tiempos u otras exigencias, se estancan en las ganas del traductor y ahí quedan. ¿Y acaso no es natural que esto nos ocurra? Se trata de la insatisfacción que siente el actor cuando interpreta sus líneas con menos histrionismo que tras bambalinas, lo cual le resulta terriblemente inexplicable. Incluso podríamos encontrar semejanza con el descontento que persigue al músico cuyos ojos lo traicionan al leer una partitura en público, y jamás, jamás,  le había ocurrido esta falla en la intimidad de sus ensayos.

"Las Horas",
por M.Cunningham
Hacia el final de la nota mencionada, Michael Cunningham sugiere que “nos encontramos en una búsqueda, y no nos desalienta la sospecha colectiva de que la perfección que buscamos en el arte tiene tantas posibilidades de aparecer como el Santo Grial […]” Por mi parte, confieso que aún si nunca hubiesen existido las gomas de borrar ni aquella tecla a la que suelo recurrir cuando escribo en la computadora, mi afán por la edición, la re-edición y la post-edición no dejaría de ser insaciable. Pero en cuanto a buscar la perfección, me parece que la cuestión de búsqueda va más allá de querer hacer que todo cuadre, que la prosa suene perfecta y el verso lo menos errático posible. El escritor es ante todo un ser humano, influenciado por cambios ajenos e internos. No es novedad observar que cada decisión que tomamos (y cada decisión que toman otros) repercute inevitablemente en la individualidad de cada ser vivo que habita la Tierra. Y el escritor, por ser escritor, no está exento. Si el escritor madura, naturalmente verá su texto de hace un año, un mes o un día atrás con otros ojos; naturalmente, las consecuencias de su madurez pujarán por verse reflejadas en sus producciones. No nos hace falta el fracaso para querer mejorar un libro ni tampoco se trataría de perseguir constantemente la perfección; el escritor es, por naturaleza, un ser humano y después un artista. Más allá de las concepciones personales, el sentido de evolución es parte de la sociedad y su historia. Nacemos para crecer, y crecemos para "evolucionar"; es natural que el escritor no pueda escapar a sus ansias por querer que su trabajo crezca y evolucione con él.

Escribirtraducir y leer [...] parecen ser, a pesar de sus diferencias, quehaceres a cargo de gente que no para de delegar responsabilidades [...]

Silvina Ocampo
Durante mis años de estudio en Traductorado de inglés, era requisito infaltable antes de encarar una traducción figurarnos a quién estaría dirigida— lo cual nos fastidiaba un poco, porque como estudiantes prácticos del siglo XXI, la mayoría quería poner manos a la obra, traducir "y punto". Ahora bien, el texto de Cunningham me obliga a reflexionar y me pregunto: ¿es que acaso hay un punto más allá del que pone mi mano cuando escribo, cuando traduzco? ¿Existe un punto final auténtico, gracias al cual el escritor se desliga por completo de su texto, y el traductor de su traducción? ¿Y si los puntos también son abstracciones, casi meras ilusiones?

Lo cierto es que ningún lector que haya estado siguiendo un libro a conciencia termina de leer, lo cierra a sangre fría y retoma su rutina como si nada. La mente, siempre crítica, suele invitar a la reflexión, al cuestionamiento, a la conmoción, al antojo de continuar imaginando personajes o confabular un ensayo que contradiga al autor. Entonces el punto final en el círculo escritor-traductor-lector no existe. Ni siquiera el lector, receptor tal vez último del texto, puede dar un punto definitivo al proceso. No puede hacerlo simplemente porque no puede evitar reaccionar de algún modo al texto que le llega: reacciona leyendo más sobre el tema, escribiendo sus pensamientos al respecto, comentándolo con un conocido, o sólo imaginando y traduciendo. Podría incluso decirse que el punto final contiene, en cierta forma, a los suspensivos, esos que nos invitan a elevar nuestra percepción del texto lo más alto posible y pensar. El lector en su rol de “lector final” sólo proporcionaría un fin virtual al proceso descrito por Cunningham, si bien él mismo afirma:

“[…] El lector representa el paso final en la vida de traducción de un libro”.

Virginia
Woolf
Cuando Cunningham se dispuso a escribir “Encontrados en la traducción”, inevitablemente tradujo sus ideas y sus propios pensamientos en palabras, y su texto fue publicado luego por el New York Times. A su vez, el traductor Joaquín Ibarburu retomó su texto y lo tradujo al español para acercarlo a los lectores de Revista Ñ. Como receptores “últimos”, retrabajamos el sentido del texto y reflexionamos a partir de él. Escribir, traducir y leer (cuesta ordenarlos en un supuesto "orden de aparición", y bien se podría criticar que quien escribe ha leído ya, y quien traduce ha leído de antemano) parecen ser, a pesar de sus diferencias, quehaceres a cargo de gente que no para de delegar responsabilidades, personas que continuamente encomiendan el final de su trabajo a terceros: el que escribe delega en el que traduce, el que traduce en el que lee, el que lee en el que escribe… En síntesis, podría calificarse de irresponsable— ¡paradójicamente irresponsable!— a todo aquel que llevara a cabo cualquiera de estas tres tareas...

(Y aún así, ¡qué digna me siento de poder ejercer las tres!)


Enlaces útiles:

  • "Esta semana en Revista Ñ"

  • "Found in Translation," Michael Cunningham FUENTE ORIGINAL


Fotos: Google Images.


15 enero 2011

DoSis De su ProPia MeDICinA--ENTREVISTA2011-


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El sector low-profile/bajo perfil presenta... 

ENTREVISTADOS011

Dr.Marcial J. Hernández: vida
de un ejemplo y obrade un gaucho


En el número inaugural del sector 
bajo perfil"D y R" presenta una 
entrevista alclínico Dr. Marcial J. 
Hernández: 
"Yo tenía cinco o seis años y la veía a mi nona [...] y le decía, 
"Nonita, cuando yo sea grande te voy a curar, porque voy a ser médico.". "

De chico era el elegido por sus compañeros para leer y recitar poemas en los actos escolares. En su discurso de fin de ciclo, pronunciado allí por 1942, había leído:

"Nada vemos, nada sabemos, nada podemos sospechar de nuestro futuro: oculto porvenir, señores, cuyo velo sólo lo descorre el Señor de lo que fue, de lo que es y de lo que será..."


Diplomas en el consultorio del Dr. Marcial,
en calle Pte.Roca.
Poeta nato, por entonces él aspiraba ya a una meta que se había propuesto de niño: ser médico; tal vez lo que no sospechaba era que se convertiría en un verdadero exitoso médico profesional y humano de la ciudad de Rosario. En esta primera entrega, el Dr. Marcial J. Hernándeznos cuenta cómo sorteó sus dificultades económicas a lo largo de su vida como estudiante, sus vicisitudes como profesional y su visión personal de la realidad del médico en la actualidad.

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MARCIAL HERNÁNDEZ— UN PERFIL


Retrato por una de sus hijas,
Jorgelina B. Hernández
Nació en Santa Fe el 5 de mayo de 1925. Sus padres, Genoveva Di Fusco y Nicolás Marcial Hernández; su hermano, Elvio Romeo. Cursó la primaria en la escuela pública Sarmiento Nº1 y el secundario en el Colegio Inmaculada Concepción.
En 1943 comenzó su carrera en Medicina, en la Universidad Nacional de Rosario, al tiempo que empezaba a trabajar en el ferrocarril Santa Fé. Fue médico del Banquito Ferroviario, de GEMA, del Hospital Italiano Garibaldi de Rosario, de John Deere, del Colegio San Bartolomé, de SADAIC... En los últimos años ha colaborado con su ciencia para la revista literaria local "Hablar se Escribe con Hache". En la actualidad, se encuentra en silla de ruedas debido a la amputación inevitable de sus dos piernas; no obstante, sus diagnósticos no fallan, su mente goza casi del esplendor de los veinte y, si bien se sabe no muy amigo de la tecnología, conserva su pasión por la lectura, la música, el cine y el tenis, como también del fútbol y su querido "Independiente".
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♦ Usted nació en Santa Fe, en el seno de una familia de clase media baja... ¿Cómo fue su infancia en su ciudad natal?

»Bueno, fue la de cualquier chico de aquel entonces, con un papá que era un simple empleado ferroviario y que tenía un sueldo muy bajo. Pero eran tiempos en que un peso valía un peso. Hoy en día, lamentablemente con la depreciación de la moneda que tenemos, ya cien pesos de antes son sesenta. Te cuento. Nací en una casa que mi padre compartía con mi madre el 5 de mayo de 1925. Mi infancia transcurrió en tres o cuatro etapas porque mi padre alquilaba, nunca fue dueño de su techo. Y a veces sub-alquilaba, para que la saliera más económico el alquiler. Vivía en una casa muy humilde, el tapialito bajo. Allí pasaron mis primeros años, y sufría cuando alguien venía a golpear la puerta (que por supuesto, no tenía ni timbre ni llamador, había que golpear la madera) reclamando un pago y mi madre salía y le decía, "Hemos tenido los hijos enfermos, no podemos pagarle. ¿Por qué no viene a fin de mes?". 
Éramos dos los hijos, yo, nacido en el '25 y mi hermano, que en paz descanse, lo perdí hace dos años, nacido en el '29. Y eso fue haciendo marcas en mi vida. Por eso, cuando actualmente, ya a los pasos de mi vida, vienen los impuestos, le digo a mi hija "Vaya y pague." "Pero, papá. ¡Faltan veinte días!". "No importa," le digo, "alguien los necesitará". No me olvido nunca de dónde vengo, y eso es mi mayor orgullo. Vengo de un hogar humilde, y nunca me olvidé. Por eso sé lo que es estar en una asistencia pública con un flemón, esperando la atención del médico, y salir el médico y decir: "No hay más turno. Atiendo en mi casa a las tres de la tarde". Y no había cinco pesos para ir a la casa del doctor. Y el flemón se me abría solo. Siempre dije, "Alguna vez, Dios mío, si Dios quiere, voy a llegar. Voy a atender a la gente que no puede".
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"Tengo el orgullo— tal vez, super-orgullo—de que
 todavía vengan pacientes y me traigan radiografías,
 me muestren análisis, me pregunten si toman esto o
 lo otro..."
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♦ ¿Cuándo fue que se dio cuenta de que quería ser médico?


»Yo tenía cinco o seis años y la veía a mi nona gringa quejarse de un dolor, y yo le decía, "Nonita, cuando yo sea grande te voy a curar, porque voy a ser médico". Llegué a ser médico pero el corazón gastado de ella ya no podía más. Tenía ochenta y ocho años y se me fue. Pero alcanzó a verme médico.


♦ ¿Qué sacrificios tuvo que hacer durante su cursado de Medicina en la U.N.R?

»Yo soy de Santa Fé ciudad, Santa Fé de la Vera Cruz. Como dice la canción, "Si me ven perdido alguna vez/Llévenme corriendo a Santa Fé/Santa Fé de la Vera Cruz/Donde vi la luz". Después mi padre me decía, "Hijo, ¿no querés estudiar Abogacía o Ingeniería Química? Hay acá en Santa Fé. Yo no puedo pagar un hogar en Rosario". Entonces le dije, "Papá vos ya hiciste mucho. Conseguíme un puesto en el Ferrocarril Santa Fé". Como él pertenecía al Ferrocarril Santa Fé en Santa Fé, le fue fácil hablar con el director general pidiéndole que lo ayudara. Y el director le dijo, "Yo no le puedo aumentar el sueldo a usted porque su hijo va a estudiar Medicina a Rosario. Pero le puedo dar un puesto en el ferrocarril de Rosario". (Un señor alto, grandote... D'Lautrec.) "Una lástima. Va a ser mitad empleado y mitad estudiante. No va a ser ni buen empleado ni buen estudiante". "Señor, cuando uno procede de un hogar humilde, debe pelear más, tal vez, en la vida. Pero le aseguro que si Dios quiere y me da vida, voy a llegar". Y así fue como en el año 1943 llegué a esta bendita ciudad, la ciudad de mis hijos. A estudiar Medicina. En primer año me inscribí en la Facultad y al mismo tiempo empecé a trabajar en el ex Ferrocarril Santa Fé que estaba en calle Caferata y Santa Fé, donde actualmente está la Estación de ómnibus. Bueno, fue muy dura la lucha.


Dr Marcial y esposa, Elda Hemilce


 ¿Cómo llega a trabajar en la multinacional John Deere?

»Hacía cinco años que era médico. Y yo me había recibido ya con tres hijos, el mayor de los cuales tenía seis años y medio. Ganaba $1.000 de aquellos tiempos en el Hospital Italiano y me quería ir de Rosario. Tenía a mi mujer y tres hijos. Pensaba en irme al campo, pero tenía a  mi hijo en la primaria ya... Se abrió un concurso en John Deere. No lo gané. Lo ganó un tal Arredondo. Recuerdo que tuvo un problema con Ovidio Torres, gerente de Recursos Humanos de John Deere. Y tener un problema con Ovidio Torres era prácticamente encargar la mortaja. Se abrió el concurso por segunda vez. Un amigo le decía a Ovidio Torres: "Yo le voy a traer a un gordito que no lo va a defraudar". Corría el año 1960, y Torres me dijo: "Doctor, vamos a ver si a usted le conviene la empresa y si a la empresa le conviene usted". Estuve a prueba durante un mes. Me había anotado en todas las Cruces para hacer las guardias. El carrito de la leche y yo andábamos por las calles de Rosario. Entonces tenía una estanciera. Iba hasta atrás del Swift, ocho cuadras que tenía que hacer de barro. Bajaba de la Estanciera, me ponía las botas y las hacía. Pasó un mes, y me dijeron: "Creemos que usted es el médico que necesita la empresa". Me presentaron a la cúpula gerencial, todo personal yanqui. Mi inglés era poco pero bueno, me lo había dejado el secundario. Me hablaron de mis honorarios, y Ovidio Torres me dijo: "¿$13.200 le parece para empezar?" Y yo hice uso de mi orgullo, y dije, "Está bien. Para empezar". Con el tiempo fui médico de Ovidio Torres y de toda la familia, y de toda la parte gerencial. Ovidio Torres fue aquel que me abrió las puertas a esa multinacional. "Yo le abrí las puertas pero se ve que no los defraudaste. Cuarenta años te aguantaron". A los siete u ocho años de estar trabajando en John Deere vino un ejecutivo de Estados Unidos y me invitó a vivir en Estados Unidos. Yo me quedé anonadado. Para Illinois. "El director se jubila y hemos pensado en usted". El hecho de que yo llevaba bien "the union" (el sindicato)... Yo estaba preocupado, y le dije a mi mujer, "¿Qué te parece? ¿Tenemos derecho a trasplantar tantas vidas?", pensando en mis hijos. Ya pasaba por el Parque Independencia y le decía, "Arbolito... No te voy a ver más". Uno en el fondo, es latino. Entonces le pregunté: "Allá, después del consultorio de la empresa, ¿voy a poder ocuparme del mío?" "No, doctor. Usted después del consultorio de la empresa va a tomar los palos de golf". Me ofrecieron ir un mes y probar, que mi esposa conociera las esposas de los otros ejecutivos... pero dije que no sin probar. No podía trasplantar tantas vidas. Y cuando el ingeniero Richardson me invitó a su casa en Fisherton, junto a mi esposa, me dijo: "En Estados Unidos vas a ser un big fish. Allá un médico está muy bien catalogado. No vas a tener un auto, vas a tener tres autos. Pero, tenés el problema de Vietnam, el problema racial y el problema de la droga. Además, el de la patria potestad. Allá los hijos terminan el secundario y se van de la casa".
Yo tenía el pasaporte, un libro de multiple choice de inglés técnico... Pero dije que no.

 En un breve artículo para la revista literaria "Hablar se Escribe con Hache", usted habla de la excelencia profesional y dice: "El médico debe tratar a sus pacientes como trataría a su propia familia [...] Debe ser primeramente humanista y luego buen técnico". ¿Cree que los valores de hoy contrastan con los de su época?

»Sí, lamentablemente. En la época mía el nivel académico tenía un buen sustento. Soy médico del año 1956. Estábamos habilitados al salir de la Facultad para hacer cualquier especialidad. Incluso podría decir Cirugía también, si uno quería, porque ya en cuatro año nos enseñaban a operar apéndice, por ejemplo. Hoy en día el nivel académico ha decaído muchísimo en todos los niveles: superiores, medios, inferiores. Tal vez sea lo que ocurre en el mundo, ¿no es cierto? Los médicos de mi época hacíamos pasar a un paciente y nos metíamos en la vida del paciente. ¿Era casado? ¿No era casado? ¿Tenía algún problema...? El hombre es un ser psico-somato-social. No es un pedazo de carne y hueso, nada más. ¿Cuántas veces con una palmadita en la espalda, solucionamos un problema? Hoy en día, a los muchachos les dan diez pacientes para ver en una hora... "Necesitamos el consultorio, así que tenés diez pacientes para ver ahora". Y diez pacientes en una hora, yo no les veo ni la cara. Entonces te daban  treinta, cuarenta minutos... ¡Hacer una historia clínica! Ahora, hacen una receta, y le dicen, "Traiga la receta. Así veo lo que le dí cuando venga". ¡No! Eso debe figurar en la historia clínica, debe escribir... Por eso cuando sale alguien de una terapia intensiva, a dar el parte a una familia: "No hay más nada que hacer". Déle una mano a ese paciente en coma, que sienta que está asistido, que hay alguien que lo protege, que lo cuida... Estoy seguro que allí, en un cuarto grado de inconsciencia, recibe eso. Porque el médico cura, a veces; mitiga, a menudo; pero fortalece, siempre. Hoy en día, esas cosas no se pueden ver, tal vez por la aceleración que hay. El médico está mal pagado, los muchachos tienen que correr de un lado a otro, las cosas se fijan menos... Se ha trozado tanto la medicina. Hoy uno abre el diario y lee: "Especialista en pancreas" o en hígado. La clínica es la madre de todas.


 ¿Es cierto que su nombre resulta conocido para más de medior Rosario?


»No creo que sea tan conocido. Pero me conocían más por "el gordito de John Deere".


 ¿Cómo se lleva con la tecnología?


»Bueno, lamentando cada día la edad que tengo y la imposibilidad material que tengo desde el año 2002. Lamentablemente, la vida me ha jugado esta pasada. Pero yo daría parte de mi vida por volver a atender la gente. [...]¿Cuántos hay como yo en silla de ruedas, que desean hacer algo? Sería muy distinta la calidad de vida mía si pudiera atender allí, en el consultorio médico... Porque estoy actualizado. Recibo revistas médicas. Tengo el orgullo— tal vez, super-orgullo—de que todavía vengan pacientes y me traigan radiografías, me muestren análisis, me pregunten si toman esto o lo otro... Bueno, lamentablemente la ley es la ley. Espero que algún día, los que vienen atrás, que les den la oportunidad de practicar la profesión más dulce y divina que hay en el mundo: vivir para ayudar. En fin.


Vista desde el balcón de su casa por calle Jujuy.
 ¿Cuál es su escritor de ficción o poeta preferido?


»Son muchos. Entre los hindúes me gusta, por ejemplo, Kahlil Gibran... Entre los mexicanos, Amado Nervo, por ejemplo. ¿Qué más te puedo decir?


 ¿Marcos Aguinis?


»Marcos Aguinis para mí es un ícono. Ojalá le hubiese podido conocer personalmente, pero tengo una foto de él con dos de mis nietos... He leído casi todos los libros de él. Es un gran pensador, no le tiene miedo a la autoridad. Tiene varios libros... "Pobre patria mía". Hay otro, más reciente de él, que en este momento no me viene a la memoria. Pero, lo considero uno de los— ¡casualmente es médico y psiquiatra!— pensadores que le ha chillado a Jaime Barylko. Uno de los libros de Jaime Barylko es "El miedo a los hijos". Entre la poesía gaucha, a Leopoldo Lugones; a José Rafael Hernández (que yo digo que a lo mejor tengo que ver con él por el apellido), el que hizo la obra cumbre gaucha nuestra. A Hilario Ascasubi, a José Asunción Trelles, "el viejo Pancho," con su hermosa composición, "La Huella". Que la podría decir, porque la recuerdo, pero no quiero ocupar mucho su tiempo, señorita.


Junto a su esposa, en el patio de su casa


 ¿Es verdad que una vez su padre lo encerró en su habitación porque se llevó una materia?


»No, no me encerró en la habitación. Me llega sexto grado y habíamos subido todos los alumnos de sexto al escenario, y yo era el encargado de decir el adiós al colegio. Y yo llevaba matemática, que siempre fue mi enemiga pública número uno. A marzo, directamente. Recuerdo perfectamente las palabras de arriba del escenario, pero no las voy a repetir para no ocupar mucho su tiempo. Decía, "Adiós, el alma en que sollozos dicen/ y adiós, no acierta a repetir mi voz". Y  atrás tenía a un compañero que me decía, "Pero vos no te vas, pero vos no te vas". Casi me hacía equivocar ese tipo... Y bueno, ¿qué ocurrió? Mi papá no me encerró en una pieza, no. Podía andar por toda la casa; por el patio, por el fondito de tierra... Pero me había dejado nada más que en ropas menores. Me había quitado toda la ropa y tenía toda la ropa bajo llave. Entonces yo deambulaba, internamente... Como hoy están los presos que tienen más de setenta años. Arresto domiciliario, se llama eso. ¡Yo fui arrestado en el domicilio familiar, a los doce años! (ríe). Pero como te digo, por ahí tengo escrito, acerca del padre. Como dice ese médico que escribe ese artículo: "Hay un hombre que sufrió cuando no pudo darte lo que quería. Un hombre que hasta alzó la mano para corregir una inconducta, pero que sufrió al hacerlo. Ese hombre eligió una mujer que fue tu madre. Quiérelo mucho, como a tu madre. Ese hombre, es tu padre". ◙ ◙